Había una vez un rey grande, en un país chiquito.
En el país chiquito vivían hombres, mujeres y niños.
Pero el rey nunca hablaba con ellos, solamente les ordenaba.
Y como no hablaba con ellos, no sabía lo que querían; y si por casualidad los sabía, no le
interesaba.
El rey grande del país chiquito, ordenaba, solamente ordenaba: ordenaba esto, aquello y lo de más
allá, que hablaran o que no hablaran, que hicieran así o que hicieran asá.
Tantas órdenes dio, que un día no tuvo más cosas para ordenar.
Entonces se encerró en su castillo y pensó, hasta que se decidió: “Ordenare que todos pinten sus
casa de gris”.
Y todos pintaron sus casas de gris.
Todos menos uno; uno que estaba sentado mirando el cielo y vio pasar una paloma roja, azul y
blanca.
“¡OH, qué linda!, dijo maravillado, “pintaré mi casa de rojo, azul y blanco!”.
Y la pintó nomás.
Cuando el rey miró desde su torre y vio entre las casas grises una roja, azul y blanca, se cayó de
espaldas una vez, pero enseguida se levantó y ordenó a sus guardias:
— ¡Traigan inmediatamente a uno que pintó su casa de rojo, azul y blanco!
Los guardias aprontaron sus ojos para verlo todo, sus orejas para oír y se marcharon.
Pero mientras llegaban a la casa de “uno”, otro que viva en la casa vecina dijo:
“Qué linda casa; yo también pintaré la mía así”.
Y la pintó nomás.
Entonces cuando los guardias llegaron, no supieron cuál era la casa de uno y cuál la casa de otro,
así que regresaron al castillo y hablaron con el rey.
— ¡No puede ser —dijo el rey, y miró desde la torre. Al ver lo que vio se cayó de espaldas dos veces,
pero enseguida se levantó. Y ordenó a sus guardias:
— Me traen a uno y a otro, ¡inmediatamente!
Pero ya un tercero había visto las dos casas de rojo, azul y blanco y en un instante pintó la suya.
Los guardias no tuvieron más remedio que regresar y preguntarle al rey:
— ¿Qué hacemos, traemos a uno, a otro y a otro?
Entonces el rey se cayó de espaldas tres veces, y los guardias tuvieron que ayudarlo a levantarse.
— ¡Traen a los tres! —dijo en cuanto estuvo levantado. Pero cuando los guardias bajaron, no había
tres casas pintadas.
Había 333.333.
—Bueno— dijeron los guardias cuando terminaron de contarlas. —Se lo diremos al rey.
Y el rey se cayó de espaldas una vez, dos, cuatro, ocho, dieciséis, treinta y dos, sesenta y cuatro y
ciento veintiocho veces.
Mientras se caía y lo levantaban, el rey ordenaba.
— ¡Que me traigan todo lo que sea rojo, azul y blanco!
Los guardias bajaron ligerito.
En la ciudad había 333.333 casas rojas, azules y blancas, y las aceras eran rojas, azules y blancas,
y los perros metían las colas en los tachos de pintura y luego se sacudían al lado de los árboles, los
jinetes con sus ropas recién pintadas subían a los caballos y los caballos al galopar dejaban los
caminos pintados; y las palomas mojaban sus patitas en los charcos de pintura que brillaban al
sol, luego volaban a los palomares, y los palomeros pintaban las alas de las palomas así que
cuando estas volaban por el cielo parecían barriles de colores: y todos las miraban y se sentían
muy contentos.
Todo era rojo, azul y blanco.
Todo menos el rey, sus guardias y el castillo.
— ¡Todo aquel que sea rojo, azul y banco debe marchar inmediatamente al castillo! ¡El rey lo
ordena! —dijeron los guardias. Y todos hombres, mujeres, niños, ancianos, caballos, perros y
pájaros, gatos y palomas, todos los que podían marchar, llegaron al castillo. Eran tantos, tantos, y
estaban tan entusiasmados, que al momento el castillo, las murallas, los fosos, los estandartes,las banderas, quedaron de color rojo azul y blanco.
Y los guardias también.
Entonces el rey se cayó de espaldas una sola vez, pero tan fuerte que no se levantó más.
El rey de la comarca vecina, al mirar desde lo alto de su torre dijo:
—Algo ha sucedido, el rey del país chiquito ha cambiado el color de sus estandartes, enviaré a mis
emisarios para que averigüen lo que ha sucedido.
— ¿Qué ha sucedido?, ¿qué ha sucedido? —preguntaron los emisarios, cuando estuvieron en
presencia del rey.
Pero el rey grande del país chiquito estaba tan caído, que ni siquiera podía contestar.
Entonces “uno” dijo:
—Resulta que yo estaba en la puerta de mi casa, tomando el fresco, mirando el cielo, y vi. Pasar
una paloma roja, azul y blanca, y entonces... y siguió contando todo lo que había sucedido.
—Pondremos sobre aviso a nuestro rey –dijeron los emisarios del país vecino, no vaya a ser que le
pase lo mismo.
Y marcharon al galope.
Claro que los caballos llevaban ya sus patas pintadas, y mientras galopaban, pintaban los caminos
de rojo, azul y blanco...
Pero fueron las palomas, las que primero llegaron a la comarca del rey vecino.
Y uno que esta sentado en la puerta de su casa tomando el fresco, las vio y dijo:
— ¡OH, qué lindo!, pintaré mi casa de rojo, azul y blanco.
Y la pintó nomás y... como pueden ustedes imaginar este cuento que acá termina por otro lado
vuelve a empezar.